Hace mucho, mucho tiempo, mucho antes de que los dioses bajasen a la tierra y entregaran al hombre el regalo del fuego, mucho antes. Mucho antes de que desapareciera del mundo el último unicornio, había un hombre y una mujer que se amaban profundamente.
Un día, la mujer quiso hacerle un regalo al hombre. Se acercó a él con dulzura y, extendiendo el brazo, le dijo: «quiero regalarte lo más importante para mí». Tenía el puño cerrado. Él la miraba con expectación y curiosidad, pero cuando ella abrió la mano, estaba vacía.
– ¿Nada?, dijo él.
– Todo. Sobre la palma de mi mano están mis sueños, mis esperanzas, mis ilusiones… cada rayo de luz que han visto mis ojos, cada gota de lluvia que ha tocado mi piel. Todo está sobre la palma de mi mano, cógela y todo eso será tuyo.
Pero él no la cogió. Tan sólo bajó la mirada y lentamente se fue.
Ella se quedó triste y sola, pensando: ¡hombres!
Pero, al poco tiempo, él volvió y escondía algo en su puño cerrado. Se acercó despacio y en silencio y lentamente abrió la mano. Guardaba dos pequeños trozos de caña de bambú. Cogió uno de ellos y poniéndoselo a modo de anillo, le dijo:
– Claro que quiero todo eso que me das, pero no lo quiero un día, ni un mes, ni un año… lo quiero toda la vida. Por eso, este trozo de caña de bambú impedirá que si alguna vez cierras la mano me niegues ese amor. Gracias a este anillo, siempre se escapará un poquito de ese amor que me das. Yo haré lo mismo -dijo, poniéndose su trozo de caña de bambú- porque te quiero y quiero que mis sueños, mis esperanzas, mis ilusiones… también sean todas tuyas.